lunes, 21 de febrero de 2011



A veces atravieso ciertos conflictos de identidad. Creo que lo común, para otras personas que tienen lo mismo, es que se trate de otros aspectos de sí mismo. Por ejemplo, la encantadora Miss Lucy siente de pronto serias arcadas por la cola del supermercado y deja que se abra paso la Muy Puta Berenice, quien increpa a todos, gritando hasta a los bebés, a avanzar. O por ejemplo, el Jefe García, hombre prolijo, limpio y eficiente, ejemplo de empleador en su empresa, llega un día al hotel donde su dominatriz favorita lo espera ansiosamente, látigo en mano, para una sesión reveladora de su verdadero yo.


Pero mi caso no se equipara con ese tipo de manifestaciones. Vean pues, que en plena disertación de tesis, cuando las preguntas más duras sobre el método que utilicé para conocer la hiper-realidad de ciertos escritores mundanos fueron enunciadas y lanzadas como alcatraces al mar, de repente, todas las respuestas, que tan precipitadamente quería afirmar, se acumularon como una delgada culebra en un cuaqueo…Cuak! Salió de mi boca. Cuak. Y así también en casa, cuando mi madre comienza a increparme por el desorden del lugar ya comienzo yo a doblar mis rodillas hacia atrás y dirigirme hacia la bañera, invitándola a apreciar una adecuada manifestación de mi aseo cotidiano en el estanque. No han sido pocas las veces en las que al recibir una buena noticia mi asombro y alegría encontraran su mejor manifestación en tirarme de panza al suelo y arrastrarme, impulsándome con la alas, para desembocar en el mar. Y también, es cierto, ¡lo admito! por temporadas me embarga la nostalgia de un amanecer blanco níveo, en el que sostengo un huevo entre las patas. En esos días como peces crudos y mucho krill.


La ornitofobia, señores, me es completamente ajena, y condeno, lanzando la primera piedra, a todo aquel que considere que una paloma es una rata con alas. Pero, especialmente, condeno la incapacidad de reconocer que un ave no tiene que, necesariamente, volar.

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